Por Lucía Mancuso y M. Betania Longhi

En 1992 se estableció el 6 de mayo como el Día Internacional sin Dietas. La conmemoración fue una respuesta feminista frente a un notable crecimiento de la preocupación social por el control del peso, la forma de los cuerpos y la promoción de regímenes dietéticos y la manera en que afectan de distintos modos la salud de las personas.

Esta fecha nos permite compartir algunas reflexiones que plantean como base el respeto efectivo de la diversidad corporal y la alimentación saludable en tanto derecho humano básico.

Acaso suene banal e irrelevante, pero soñar con una vida sin dietas no es una cuestión menor. El control y, fundamentalmente, la modificación drástica de la alimentación con el fin de reducir el peso corporal (dietas) recaen con especial violencia sobre determinados cuerpos: femeninos, feminizados, racializados, gordos, con discapacidades visibles, etc.

Las dietas se encuentran socialmente extendidas, al punto que las escuchamos de personas cercanas, podemos leerlas en revistas e incluso son recomendadas por profesionales de la salud en televisión y redes sociales. Es por esto que vale la pena señalar los efectos (y los “fundamentos”) que tienen esas recomendaciones mediáticas de dietas restrictivas.

En primer lugar, este tipo de dietas simplifican y reducen cuestiones nutricionales a un único formato aparentemente aplicable a todos los cuerpos, es decir, partiendo de un supuesto que niega la diversidad corporal y humana: lo que a algunas personas puede ayudar a otras puede perjudicar. Cada cuerpo tiene necesidades específicas de nutrientes, y a pesar de algún consenso generalizado, es imprudente creer que todos debemos (y queremos) “comer lo mismo”.

En segundo lugar, y más eficazmente, las recomendaciones mediáticas de dietas generan y fortalecen la idea de que todas las personas debemos realizar una dieta para “controlar” nuestro peso, ya sea para bajarlo o mantenerlo. Es decir, produce un estado de alerta sobre el peso y sustenta la idea de que subir de peso o ser gorda/e/o es malo per se, independientemente de la persona, situación y demás particularidades que bien podrían indicar lo contrario. De esta forma, las dietas y los discursos que las acompañan refuerzan estereotipos construidos culturalmente, la falsa dicotomía entre delgadez=salud y gordura=enfermedad.

En tercer lugar, los medios de comunicación producen un efecto de representación: la “invisibilidad” de las personas gordas, y en general de todas aquellas personas con corporalidades no hegemónicas, también refuerza la falsa idea de que solo existen personas delgadas. La presencia esporádica de las personas gordas, en la mayoría de los casos, suele presentarse reproduciendo estereotipos y con motivo de burla.

Para erradicar este tipo de violencias, debemos comprender su sustento, que no es más que la constitución y reproducción de un modelo único de corporalidad. El rechazo social por no pertenecer al “modelo” afecta tanto al reconocimiento como al ejercicio y acceso a derechos, el bienestar y la autoestima de las personas. Más aún cuando se trata de niñas y adolescentes que se encuentran en etapa de crecimiento: la gordura en Argentina, por ejemplo, aun puede significar la negación de un puesto laboral, la exclusión de un espacio de recreación, deporte y/u ocio, el acoso escolar e, incluso, la imposibilidad de acceder a un servicio básico como a una obra social o al transporte de pasajeros en condiciones de igualdad.

De esta forma, “el día sin dietas” incluye básicamente la reivindicación de una vida libre de violencias y mandatos, y nos permite sensibilizar-nos sobre la importancia de reconocer, respetar y celebrar la diversidad corporal.

A partir del relevamiento del Mapa Nacional de la Discriminación elaborado por el INADI en 2019, que indicó que el segundo motivo de discriminación más mencionado en todo el país fue la discriminación por peso o talla, en 2020 se creó el Grupo de Trabajo sobre Discriminación a Personas Gordas. Esta nueva línea de trabajo significó la institucionalización de una serie de compromisos, diagnósticos y reflexiones que se venían construyendo desde distintas organizaciones sociales, pero que, todavía, carecían de iniciativas específicas por parte del Estado para ser abordadas.

El Grupo construye herramientas de difusión, insumos, informes e investigaciones que fortalezcan la tarea de la erradicación de la gordofobia. Entre estas acciones, se está realizando un monitoreo de medios de comunicación y redes sociales sobre la gordofobia y actitudes gordo-odiantes elaborado en conjunto con los Observatorios de la Discriminación del INADI.

Para finalizar, compartimos algunas recomendaciones construidas como puntapié inicial para un abordaje más amplio y respetuoso, esperando aportar a la transformación de la realidad.

1. No reproducir estereotipos que asocian la gordura con la falta de ejercicio, malnutrición y ausencia de voluntad, y/o enfermedad.

2. Evitar toda ridiculización de las personas sobre la base de características o atributos físicos; en especial, prestar atención a la feminización de esos ideales de belleza.

3. Repudiar y condenar los mensajes de “odio” a los cuerpos gordos, recordando que el impacto en la infancia y adolescencia es muy profundo y peligroso.

4. Promover la inclusión de las personas gordas en espacios de difusión y medios de comunicación.

5. Comunicar las formas y vías para denunciar las situaciones de discriminación.

Mini Bio:

M Betania Longhi es licenciada en Filosofía (UBA). Trabaja en la Dirección de Políticas y Prácticas contra la Discriminación e integra el Grupo de Trabajo sobre Discriminación a Personas Gordas del INADI.

Lucia Mancuso es licenciada en Ciencia Política y maestranda en Investigación en Ciencias Sociales (UBA). Trabaja en el INADI como editora en la “Revista Inclusive”, en el proyecto Mapa de la Discriminación, y es parte del equipo de trabajo sobre discriminación hacia personas gordas.